A veces me resulta el pensar si maduré.
Y analizo el porque sigo teniendo la mirada algo perdida y los recursos económicos tan inestables. Me exceden las preguntas y las inquietudes.
Mi relación madre e hija sigue siendo algo filosa y conservo los eternos conceptos inflexibles, soy de las que miran a los perros por la calle, de las que lloran con los ancianos y se ríen con los niños, mis mas grandes delicias tienen que ver con las cosas simples, tengo el instinto y la capacidad de sorpresa como recién sacada del packaging, todavía no abandono traumas irracionales y tengo que luchar a diario contra el rencor y la nostalgia. Amo intensamente y veo al amor como la anestesia para apaciguar cualquier dolor del mundo actual. Me aburro de las normas cotidianas y me descubro insatisfecha.
Me gustan los helados, los juguetes y la comida carbohidratosa que odian las abuelas.
En los paquetes de caramelos masticables separo los colores que me gustan y cuando llueve no me gusta usar paraguas. Y en el súpermercado me tientan las cosas que no voy a comprar.
Y me siento feliz de descubrir que puedo llegar a parecerlo, pero no lo soy. Y lo disfruto. Y me río mil veces mas cuando me acuerdo.
No quiero pensar mañana que fui sólo una gran boluda de mente infantil encerrada en el cuerpo de una de cuarto de siglo, que estaba siendo feliz y se distrajo con el ruido de los bondis de afuera.
Yo quiero ir con mis dos amores hasta el fin del mundo y no ver nada en blanco y negro.
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